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El desierto de Atacama no está desierto: biodiversidad invisible en la Estrategia Nacional 2025-2030

Cada cierto tiempo, el Desierto de Atacama nos regala un espectáculo colorido que traspasa sus fronteras: el desierto florido. Este fenómeno, que hoy está sucediendo y que cubre con un manto de flores una pequeña parte del territorio más árido del planeta, suele convertirse en la postal que asocia biodiversidad y vida al norte de Chile. Sin embargo, esta postal, aunque hermosa y real, está también incompleta: el desierto no está desierto y su riqueza biológica no se limita a los ciclos visibles de la flora. Desde su creación, en el Laboratorio Natural Desierto de Atacama (Landata), hemos concentrado nuestros esfuerzos en poner en valor las singularidades de los ecosistemas del desierto de Atacama, de sus suelos, rocas y salares. Estudios muestran que aquí, incluso en la hiperaridez extrema, existe una microbiota endémica y única a nivel planetario, formada por comunidades microbianas capaces de sostener la cadena trófica y, en muchos casos, de aportar potenciales soluciones biotecnológicas para desafíos globales en salud, energía, minería, mitigación del cambio climático, entre otras aplicaciones. Por eso, frente a la reciente consulta ciudadana realizada sobre la Actualización de la Estrategia Nacional de Biodiversidad 2025-2030, es urgente recordar que la biodiversidad del país no puede medirse únicamente en porcentajes de superficie protegida o en especies vegetales y animales clasificadas. La conservación debe incluir la integridad funcional de los ecosistemas. ¿De qué sirve, por ejemplo, declarar un 30% de territorio como protegido si los procesos hídricos subterráneos que sostienen la vida en un salar están siendo alterados? En lugares como el Salar de Atacama, la extracción de agua ha desplazado flujos subterráneos y afectado lagunas y aves como el flamenco, un recordatorio de que conservar o proteger hectáreas sin considerar los procesos ecológicos, es insuficiente. Además, los suelos desérticos –que en Chile cubren más de un 25% del territorio – han sido históricamente invisibilizados en las políticas de biodiversidad. Sin embargo, la ciencia internacional los reconoce como espacios de un interés particular único: en suelos áridos con bajo contenido de carbono, la relación entre biodiversidad y biomasa microbiana alcanza su punto máximo, revelando un potencial que va mucho más allá de lo visible. Chile tiene la responsabilidad y la oportunidad de redefinir la biodiversidad en clave de resiliencia y procesos ecosistémicos, reconociendo el valor de lo que no siempre se ve. Incorporar la microbiota del desierto y de los salares en la Estrategia Nacional no es solo un gesto científico: es una necesidad para garantizar que nuestras políticas públicas respondan a la realidad ecológica y no a una postal incompleta. El Desierto Florido nos recuerda que hay vida donde solemos pensar que no la hay, pero el mensaje más profundo es que esa vida está presente aunque no siempre la veamos. Reconocerlo y protegerlo debe ser el verdadero compromiso de Chile con su biodiversidad hacia 2030. Debemos ser capaces de pasar del asombro pasajero a una política de biodiversidad que celebre, entienda y proteja la riqueza única del desierto más árido del mundo. El desierto de Atacama no está desierto. Sabrina Marín EliantonioCoordinadora e investigadora del Nodo Laboratorio Natural Desierto de Atacama (Landata)Doctora en Acuicultura , Biólogo Marino y Licenciada en Ciencias de Mar